miércoles, 1 de diciembre de 2010

Miroslav Tichý






Su historia comienza el 24 de febrero de 1948. Ese día, el golpe de Estado de los comunistas checoslovacos derrumba el Gobierno democrático en el poder y, a la vez, cambia el rumbo de la inestable vida de Miroslav Tichý. En aquel entonces, Tichý era un excéntrico y dotado alumno de la Academia de Bellas Artes de Praga, y la pasión de su vida era la pintura. Esa fecha supone también el nacimiento de la barba y el pelo largos que envolverían su rostro durante medio siglo, el inicio de su marginación de una sociedad que le horrorizaba y de su alejamiento de los cánones de la normalidad burguesa.

Desde mitad de la década de los sesenta hasta la de los noventa, todos los días Miroslav Tichý se levantará pronto y deambulará por Kyjov, observará a las mujeres y disparará 100 instantáneas diarias. Con cámaras nacidas de la basura –y de su ingenio poderoso–, Tichý caza durante tres décadas la belleza más profunda de las mujeres del pueblo: en su vida cotidiana, en el mercado, en las paradas de los autobuses, en la piscina comunal… Cuando llega la noche vuelve a su agujero maloliente y amplía las mejores fotografías con instrumentos también fabricados con desechos. La gente del pueblo le considera un loco, un extraño y maniático clochard.

“Miroslav es una persona introvertida, que no quiso adaptarse a las reglas establecidas. El choque con la sociedad le colocó en una espiral de la que surgió un hombre desinteresado por el mundo real y sus materialidades. Tichý empezó entonces a descuidar su aspecto, a romper sus relaciones, a construirse un universo propio”, cuenta Buxbaum. “De ahí surge el equívoco. Por su aspecto descuidado, todos le consideraron un vagabundo, un demente. Sin embargo, es una persona sensible y culta. El mundo que se fabricó, en el que se encerró, estuvo siempre repleto de libros: de filosofía, historia, poesía…, y de óptica, lo que le servía para construir cámaras”.

“Naturalmente, Tichý no ha venido a ninguna de las galerías en las que se ha expuesto su obra. Ni se lo pregunté”, añade. “Pero cuando le enseñé el catálogo vi en sus ojos algo que se parecía a una especie de felicidad”.

Ahora, los de Kyjov ya no se ríen tanto del extraño hombre de la barba larga que iba siempre cargado con objetivos de lata.


fuente: www.elpais.com

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